Una tradición talareña que permanece y une: el columpio
Talara es una de las ciudades que más se ha desarrollado y modernizado en el norte peruano. Del campamento petrolero inicial ha pasado a ser una provincia de más de 130 mil habitantes. Muchas cosas han cambiado, sin duda, pero algunas tradiciones permanecen.
Y una de ellas, de las más sólidas y permanentes, es de instalar en las casas esa especie de caballito retozón sobre el cual varias personas pueden sentarse a la vez, y al ritmo de un vaivén suave, descansar, reflexionar, relajarse y conversar. ¡Adivinó! Hablamos del columpio familiar.
Las crónicas talareñas indican que son las primeras casas de concreto las que instalaron este híbrido entre banco colgante y hamaca, el cual rápidamente se convirtió en costumbre que servía para el descanso, solaz y para la unión familiar.
Y en Talara, muchos de los columpios tenían una particularidad: los tubos habían sido usados antes en la industria del petróleo, la más importante en nuestra provincia. El columpio se convirtió en mudo testigo de la historia familiar. ¿Cuántos problemas se resolvieron pensando ahí? ¿Cuántas alegrías fueron expresadas en sus asientos de madera? ¿Cuántos matrimonios se forjaron lentamente, casi con candor, y ante la mirada de los celosos padres y hermanos de la novia?
“Talara, mi orgullo” fue hasta una vivienda del Parque 37, en donde esta mecedora acoge todos los días a la familia Ramírez. Es verdad que el columpio ya está gastado pero sigue sólido. Allí a Juan Ramírez Dioses nos dice que fue su suegra quien hace sesenta años colocó el columpio familiar es posiblemente el mueble de la casa más usado.
“La familia sigue reuniéndose los sábados alrededor de este columpio… y de una parrilla. ¡Ah! Y por las noches tenemos que estar viendo porque llegan parejas a pasearse sin pedir permiso”, cuenta.
Todo eso nos hace pensar que el columpio, como señal de identidad y tradición talareña, debe seguir meciendo a muchas generaciones más. Y de esa manera mantendremos un espacio que concite la reunión familiar. Las nuevas generaciones de talareños seguirán creciendo al ritmo del columpio.