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Lo mejor de lo nuestro

¿Es el amor un arte?

Escribe: Efraín Trelles

Se vive en febrero y se festeja en San Valentín, catorce en calendario, el día del amor. Y antes de embarcarnos en una reflexión regional en torno a ese sentimiento llamado amor, sería bueno precisar que hace tiempo que un grande de la talla de Erich Fromm empezaba un célebre libro preguntándose si el amor era un arte. Y lo es. Y si el amor es un arte es preciso ejercerlo con dedicación y esfuerzo.

 No olvidarlo. Ante todo el arte de amar se ejerce con dedicación y trabajo. Amemos así y disfrutemos el imaginario regional amatorio remoto, tan atado a la belleza de las Capullanas y el encanto que ellas ejercieron sobre los sorprendidos barbudos venidos de la mar.

  

De las más célebres, la historia de Francisco Pizarro desembarcando en Pariñas. Decían que al desembarcar y acercarse a la orilla quedó tan impresionado con la belleza de la Capullana que en un descuido su espada cayó al mar. Vaya símbolo fálico histórico, centenario y súbitamente humedecido.

 Y la historia continua. Dicen que de inmediato y de buena gana la Capullana ordenó a sus buzos de élite que hicieran el número y le devolvió la espada a Francisco. El propio Pizarro quedó embobado pero no se apartó de su destino. Estaba en su segundo viaje y no pararía hasta la desembocadura del río Santa. 

Allí dio la vuelta y al retornar, más allá de Trujillo, uno de los barbudos, Alonso de Molina, pidió permiso para desembarcar y quedarse. En el camino de ida había trabado enamoramiento. Se accedió y los tallanes lo recibieron con muestras de alegría. Años después, en el tercer viaje, Pizarro se encontraba muy cerca de Tumbes cuando apareció un mujer, de negro, con dos mesticillos que entonaron una himno que terminaba diciendo: “Molina Jesucristo, Molina  Jesucristo”. 

Molina había amado con dedicación y esfuerzo formando una familia. Pero las guerras de Huáscar y Atahualpa le habían costado la vida. Terminado el canto, los primeros mesticillos peruanos entregaron a Pizarro una plataforma en la que se leía: A quien por estas tierras viniérede /  sepa que hay en ellas más oro que hierro en Vizcaya”. Así rubricó el vizcaíno su mensaje de amor y riqueza, por sus hijos y viuda. 

Y la vinculación regional con el amor no es cosa de siglos pasados solamente. Baste con pensar que en la celebración del día del amor, y de cotidiano, miles y miles de parejas acuden al Malecón de Miraflores a darse un beso de aquellos. Y se besarán, con dedicación y esfuerzo bajo el gran monumento al amor allí levantado, que es autoría  de un talareño de la talla de Víctor Delfín. Hasta pronto.