EL “MISTERIO” DE LA CUEVA DE LAS CAPULLANAS
Escribe: Efraín Trelles
Los invito a explorar una de esas historias que conforman el perfil de una identidad regional proclive a los encantos. Ya hemos tenido ocasión de conocer a las Capullanas, admirar su belleza y ponderar la forma en la que ellas gobernaban y tenían para sí todas las prerrogativas del poder, como si su encantadora belleza no hubiera sido suficiente para poner el mundo sus pies.
En esta ocasión nos concentraremos en la Cueva de Las Capullanas, en Lobitos. Los antiguos pescadores lobiteños, por ejemplo, consideran desde siempre que la cueva del cerro de Las Capullanas es un encanto. Y vaya si esa idea tiene argumentos a favor. Aseguran los lobiteños de mar que al llegar el fin de año aparecen en el horizonte viejos galeones del tiempo virreinal que encima parecen estar totalmente iluminadas por una suerte de resplandor.
Dicen los memoriosos que las ricas naves del rey de España eran atacadas y saqueadas por los piratas cerca a ese mar. Otros sostienen que las naves iluminadas no son los galeones de la corona (llenos de oro y plata del Perú) sino que serían las naves de los piratas que robaban los tesoros de la corona.
Se sabe que los bucaneros enterraban sus tesoros en lugares especiales que, a manera de seguro, quedaban bajo el encanto de algún hechizo o conjuro. Hasta el día de hoy los pescadores respetan el conjuro y procuran no acercarse mucho por temor a quedar encantados. La memoria oral recoge casos de embarcaciones que se acercaron demasiado al Cerro Capullana y desaparecieron.
Otros dicen que todo eso es cierto, pero ya no queda oro en la cueva. Alguien se lo llevó, afirman para agregar que puede haber ocurrido hace cien años El protagonista, según los testimonios sería un tal Mr. Sawger, extranjero que en 1917 habría trabajado para la IPC. El “Gringo” no creía en nadie y manifestó su pública intención de resolver el misterio, ingresando a la cueva. Dispuesto a destapar todo velo de misterio, el “Gringo” se aventuró a ingresar a la cueva bien acompañado por seis hombres.
Una vez sorteados los laberintos, Sawger pidió que lo dejaran continuar solo. Al rato salió comentado que todo era pura fantasía, no había de nada anormal. Así se expresó el gringo. Pero no faltó un par de ojos, dicen los habitantes antiguos, que lo vieron, pocos días después, salir de la cueva con tres acémilas cargadas con joyas y moneadas de oro. Y del buen Gringo Sawger nunca más se supo. Tampoco sabemos si los piratas lo dejaron en paz.